de febrer 02, 2010

La torre roja

El lunes nos fuimos a Bellvitge. Bellvitge es un barrio popular de l’ Hospitalet de Llobregat, al sur de Barcelona.

Aunque, en realidad, la historia que vamos a contar empezó muy lejos de este lugar. Empezó en Vallecas, en Madrid, en los años sesenta, cuando el sur de la capital de España era un lugar sin edificar donde se arracimaban las casas bajas de los inmigrantes.

Esos terrenos los vendían los hermanos Santos. No eran los únicos pero sí los más conocidos en el barrio. Todos los sábados, se sentaban en una mesilla de campo, en medio de aquel barrizal, y pasaban al cobro los plazos por las porciones de terreno que vendían a la gente que llegaba a Madrid, donde construían su primera casa en la capital. Su lugar en el nuevo mundo.

Por si alguien tiene mayor interés en esta historia, Leny, en este mismo blog, ya nos habló de los Santos cuando nos relató quienes eran las víctimas del 11-M. Y Gabriel Rosón, también apuntó su nombre en aquella entrevista en el Pozo.

En aquella transacción desigual entre los Santos y los nuevos pobladores de Madrid empezó el arraigo de toda una generación de madrileños. Y su lucha por conseguir un barrio digno que no cesaría hasta bien entrada la democracia. Llegaron a ser 40.000 vecinos.

Y los Santos hicieron fortuna. La que nos ha traído hasta aquí, a los pies de la torre roja diseñada por Toyo Ito y B720, en la plaza Europa de l’ Hospitalet, justo en frente de Bellvitge, donde va a terminar nuestro paseo.

En este edificio, sus herederos, los hijos de los dos hermanos, han abierto ahora un hotel nuevo de la cadena que fundaron sus predecesores. Un impresionante edificio: una torre 23 plantas que evoca, tal vez, tal vez, un tronco de árbol cercenado por la copa.

Los Santos también eran inmigrantes interiores. En concreto de Cantabria. Uno de ellos, al volver a su tierra creó en el Palacio de Elsedo uno de los mejores fondos de arte contemporáneo español en los años setenta. Hoy lo gestiona la Diputación de Cantabria. 

Buscábamos en este paseo un punto de concordancia –tal vez un atisbo de compasión- entre estos acontecimientos tan alejados. Una historia modesta y cruda, muy cruda, de las de antes, confrontada al penúltimo símbolo del festín que se ha pegado España en el decenio exhuberante.

Y lógicamente no lo encontramos. No cabía esperar otra cosa. Pero aún así en el paseo, escuchando a Julia Kent, nos asaltó una nostalgia furiosa.