de gener 03, 2012

Tomàs Riva




Una incursión en vacaciones. Cretes. Queretes en catalán. En el filo del límite cultural entre Aragón y Catalunya. Estuvimos aquí en 2003 visitando a Tomàs Riva en un día de sol y tormentas que nos sorprendieron en els Ports de Besseit encogiéndonos el alma y maravillándola a la vez.

Tomás era un hombre delicado que falleció en 2004. En la primavera de 2003 paraba en Queretes. Había venido a pasar una temporada en su pueblo natal acompañado de Silvia, su esposa. Nos recibió en la sala de su casa donde nos invitó a comer. Le entrevistamos. La conversación sigue almacenada en algún lugar de nuestro archivo digital y ahora la recordamos de memoria en la biblioteca del Portal de Bergòs, una casa de Valderobres que hemos alquilado para pasar unos días al cabo del año que acaba y empieza. Estamos a principios de 2012. Ocho años después.

Nos impresionaron sus fotografías de la estación de Mora en las que se ve a la gente cargada con maletas y hatillos subiendo a un tren de madera que debía  descender el Ebro hasta la costa –¡oh el mar! exclamaban los niños y los mayores que jamás lo habían visto hasta aquel momento- y luego debía seguir norte arriba hasta llegar a la estación de Francia en Barcelona donde acaba el recorrido.

Luego descubrimos más fotos. Las  que Tomàs había hecho en Montjuïc donde se adentraba a menudo, cuando recalaba en Barcelona,  pertrechado de su cámara. Tomàs era, además de un hombre sensible, un enorme reportero y un hombre creativo en todos los sentidos de la palabra.

Su máquina era suiza. Porque Tomàs se interesó por la fotografía en Suiza donde aprendió el oficio de fotograbador y se compró su primera cámara fotográfica. Todo ocurrió en Lugano, el último lugar que le vio con vida.

Cosas por aprender: Tomàs salió de Queretes en los años cincuenta en busca de una nueva vida y el primer lugar que avistaba su escaso conocimiento del planeta era Barcelona. Y allí se fue. A la gran ciudad. Sin embargo sostuvo que la estación que más le habría impresionado en toda su vida, por su grandeza y su cosmopolitismo, fue la estación de Tortosa, al parecer, enorme para el alma impresionable de un chico del Matarranya.

En Barcelona encontró trabajo en un bar del barrio Chino donde hizo de camarero a cambio de un jergón y un lugar en el que cobijarse. Fue allí donde conoció un hombre triste, un hombre muy triste, que cambiaba comida por sus conocimientos de la lengua francesa que conocía. Era, ni más ni menos, el último jefe del servicio de correos de la Barcelona republicana quien entonces, depurado tras la guerra, malvivía sin suerte en las calles más oscuras de la ciudad.

Tomàs, que estaba convencido de que su vida en el bar no le iba a llevar a ninguna parte, hizo un trato con aquel hombre y a cambio de la comida que él le servía le enseñó el francés con el que, pasado el tiempo, se fue a vivir a Suiza.

Allí aprendió su oficio merced a unos amos –esa fue la palabra que empleó diversas veces en su relato- que tuvieron la paciencia de enseñarle. Y ahí descubrió también la fotografía.

Luego, Tomàs recalaba de vez en cuando en Barcelona y allí hizo las fotografías de Montjuïc que tanto nos impresionaron.

Enero de 2012. Hoy hemos estado en la vieja estación de Queretes, abandonada. Unos obreros, seguramente del Este según hemos creído entender de su habla, trabajan en la rehabilitación.

Ellos no saben nada de que de esta estación partió alguna vez Tomàs Riva persiguiendo su vida. O tal vez sí.